ARAGÓN
ARAGÓN
A falta de un núcleo urbano organizador en el pasado de los valles de la cabecera del Aragón, se recurrió en el siglo XI al nombre de este río para designar el mínimo espacio político configurado como consecuencia de las acciones transpirenaicas del conde franco Aureolo u Oriol -hacia los años 800-900- frente a la “marca” musulmana del territorio oscense. Regido enseguida por el magnate local Aznar Galindo, fidelis o vasallo de Carlomagno, el exiguo condado así configurado no tardó en descolgarse de la obediencia franca. Lo usurpó García Galíndez el Malo, yerno de Aznar, pero ligado oportunamente al caudillo pamplonés Iñigo Arista y, por tanto, a los Banu Qasi en cuanto la contraofensiva cordobesa produjo (816) el derrumbamiento del efímero dominio carolingio de los valles y cuencas del Pirineo occidental hispano. El desgaste de la estirpe de García el Malo en la intrincada maraña de pugnas en intereses de aquellos bordes de la Frontera Superior de Al-Andalus permitió -hacia los años 844-845- el retorno del primer linaje condal, representado por Galindo Aznar I, hijo de Aznar Galindo, que en su exilio había gobernado el condado carolingio, de Urgel-Cerdaña. Durante la segunda mitad del siglo IX el condado iba a bascular progresivamente hacia el dinámico núcleo de Pamplona. Lo revelan los matrimonios de Aznar Galindo II con Onneca, hija de García Iñiguez, y de Galindo Aznar II con Sancha, hija de García Jiménez. Las posteriores nupcias, consumadas hacia el año 935, entre Andregoto, hija del conde Galindo Aznar II, y el rey García Sánchez I, revalidaron la inscripción del condado en la pujante monarquía pamplonesa. El primitivo marco territorial aragonés, comprensivo de los valles de Canfranc, Hecho y Ansó, más la canal de Berdún, se extendía hasta el valle de Tena y el alto Gállego, pero los pamploneses habían cerrado ya sus vías naturales de expansión hacia Valdonsella y el curso medio del Aragón. El futuro rey Sancho Garcés II Abarca tuvo largos años en nombre de su padre el antiguo condado, que conservó su singularidad política y social. Sancho Garcés III el Mayor legó (1035) a su hijo no legítimo Ramiro, además de las rentas de diversas villas en otros lugares, las correspondientes al patrimonio regio en la tierra situada entre Vadoluengo, cerca de Sangüesa,y Matidero, en los confines de Sobrarbe, es decir el antiguo condado más Valdonsella.
Como un hecho consumado, se fue diseñando así un ámbito prácticamente soberano, gobernado primero por Ramiro, “hijo del rey Sancho” y luego por su hijo Sancho Ramírez, considerado rey a partir de su encomendación personal al pontífice romano como miles Sancti Petri, caballero feudatario de San Pedro (1068). Los infortunios de los monarcas pamploneses de la rama primogénita legítima, García Sánchez III el de Nájera y Sancho Garcés IV el de Peñalén, facilitaron la consolidación y el crecimiento del nuevo reino, al que Ramiro I había incorporado además por oriente el lote patrimonial asignado a su hermanastro, el efímero rey Gonzalo (m. 1045). Por último, el asesinato de Sancho el de Peñalén propició el alzamiento por los “barones” de Pamplona del aragonés Sancho Ramírez; desde entonces (junio 1076) “rey de los Aragoneses y de los Pamploneses”, hasta la muerte de Alfonso I el Batallador (7 septiembre 1134). Se mantendría esta unión dinástica, tan fecunda en la empresa solidaria de reconquista de los somontanos centropirenaicos y la cuenca media del Ebro. La fractura, ya definitiva, advino con la proclamación simultánea como reyes de Ramiro II, en Aragón-Sobrarbe-Ribagorza, y de García Ramírez, en Pamplona, pues no prosperó el intento de armonización de ambos monarcas mediante los lazos de una filiación artificial (pacto de Vadoluengo, enero 1135). Entre alternativas de hostilidades y treguas se fue diseñando la raya fronteriza entre los reinos, con un trazado casi totalmente coincidente con el límite de las dos regiones actuales. Tanto bajo el “principado” del conde barcelonés Ramón Berenguer IV (1137-1162), custodio y en su momento esposo de Petronila, heredera de Ramiro II, como con el rey Alfonso II (1162-1196), fruto de este matrimonio, fue ampliándose y madurando el contorno geopolítico aragonés, en el que al ritmo de la reconquista se integraron gran parte de los dominios del antiguo reino taifa de Zaragoza hasta la tierra turolense.
Desde mediados del siglo XIII no solo existe un reino de Aragón, perfectamente diferenciado en el seno de la Corona o concierto dinástico del mismo nombre, sino que han arraigado una tradición jurídica y una mentalidad propiamente aragonesas. Los sucesivos pactos con Castilla para el reparto del exiguo reino navarro (Carrión 1140, Tudején 1151, Lérida 1157, Cazola 1179, Calatayud 1198) sólo perseguían o al menos sólo tuvieron efectos meramente intimidatorios. Los antecedentes históricos y el resentimiento anticastellano, tanto quizá como la falta de descendencia directa, movieron luego al caduco Sancho VII el Fuerte a suscribir un tratado de prohijamiento mutuo con el joven soberano aragonés Jaime I el Conquistador (Tudela, 2 febrero 1231). Los recelos y la amenaza de Castilla contribuyeron a que no se consumara en su día este nuevo proyecto de compenetración de las dos monarquías, tan identificadas en sus ya lejanas raíces. Quedó el enclave navarro de Petilla como testimonio de las maniobras financieras de Sancho el Fuerte para reforzar y ampliar en lo posible su frontera con Aragón. A la muerte de Enrique I de Navarra (1274) se planteó formalmente la candidatura de Pedro, primogénito de Aragón, pero nuevamente fue neutralizada por la intervención de Fernando, heredero de Alfonso X de Castilla y, sobre todo, la de Felipe III de Francia, poderoso protector de la pequeña reina Juana I de Navarra. Dos siglos después, Juan II de Navarra (1425-1479) fue también desde 1458 soberano de Aragón; su hijo Carlos, príncipe de Viana, encarnó entonces, hasta su prematuro fallecimiento (1461), la legitimidad dinástica de ambas Coronas. Pero tampoco en esta ocasión volvieron a trabarse las acrisoladas monarquías y cuando Fernando el Católico hubo ocupado militarmente Navarra, este reino fue vinculado a la Corona castellana (1515) y no a la de Aragón.