REMISIONADO
REMISIONADO
Se llamaban así antiguamente en Navarra los caballeros de noble linaje que, con sus armas y caballo, estaban integrados en una fuerza o milicia de caballería, teniendo la obligación de presentarse preparados y equipados para el combate en el momento y lugar en que eran convocados.
El antecedente inmediato de los remisionados lo constituyeron los mesnaderos, que ya en el siglo XIV mantenían una organización similar, percibiendo una asignación económica anual que se conocía con el término genérico de gages. En 1340 mandó el rey Felipe III de Evreux que en lo sucesivo no se le abonase dicha asignación a los que residiesen fuera del reino. Según Yanguas y Miranda, por esos años, en 1346, se contaban en las cinco merindades unos 170 mesnaderos. Carlos II asignó en 1351 a Martín Fernández de Medrano 40 libras anuales de mesnada, con obligación de estar “apareillado de caballo e armas, como a mesnadero pertenescía”. Por este tiempo, la tasa común de una mesnada eran 20 libras, y 40 libras la doble, que exigía la disponibilidad de un compañero de armas. Según el Fuero, no era compatible la mesnada con la retenencia de un castillo.
Los mesnaderos estaban obligados a hacer la muestra o revista anual ante el mariscal cuando eran requeridos para ello.
Carlos II Evreux, en sus frecuentes peticiones de ayudas al Reino, introdujo antes de 1380, la costumbre de que los mesnaderos no pagasen cuarteles, derramas ni otras ayudas o contribuciones. De esta exención o remisión, como entonces se decía, les vino el nombre de caballeros remisionados.
Ya en el siglo XVI, tras la conquista de Navarra por Fernando el Católico y posterior unión de coronas, los remisionados pasaron a constituir una compañía agregada a las guardas de caballería de Castilla. En 1528 se despachó el título de capitán de esta fuerza a favor de don Francés de Ayanz, señor del palacio de Guenduláin, con facultades de inspección sobre sus integrantes, así como de recibirles muestra o alarde. Por entonces integraban la compañía cincuenta lanzas de a caballo, cuyos titulares debían poseer inexcusablemente la calidad de hijosdalgo.
Como la simple remisión de cuarteles no era suficiente, en 1576 las Cortes pidieron que se asignase a los remisionados un salario fijo y que se volviese a nombrar capitán. No se atendió la petición. Más tarde, en 1612, las Cortes propusieron un ambicioso plan, según el cual los remisionados sustituirían ventajosamente a las tropas regulares castellanas, evitando gastos e inconvenientes a la Hacienda Real. Los pueblos señalarían la costa a cambio de ser relevados de tener que alojar tropas.
En 1630 fue nombrado capitán don Jerónimo de Ayanz y Javier, con sueldo de 25.000 maravedís, siendo su teniente don Antonio de Sarasa y Cruzat. A la muerte de don Jerónimo fue nombrado en su lugar, en 1659, don Francisco de Ayanz y Arbizu; y a la muerte de éste en 1694 pasó a ocupar el puesto don Martín Egüés y Beaumont, marqués de Camponuevo. Tras su fallecimiento, se nombró en 1698 a don Juan de Pujadas, caballero de Santiago y marqués de Val de Olivo. En 1710, reinando ya Felipe V, se despachó merced de capitán a don Gabriel Matías de Elizondo, y de teniente a don Bernardo Azagra.
Existía también otra modalidad de remisionados, los llamados de a pie; generalmente se trataba de condición más modesta, que con sus propias armas servían como tropas auxiliares de infantería con gran eficacia y profesionalidad. Esta modalidad fue suprimida hacia 1640. Poco después, en 1645, las Cortes reclamaron contra la supresión, entendiendo que lesionaba derechos adquiridos y hería el honor y la dignidad de muchos hidalgos navarros de pocos recursos. La petición fue escuchada, y los remisionados de a pie permanecieron con su vieja estructura de corte medieval.